sábado, 20 de octubre de 2012

Llega un punto en el que por mucho que lo intenten nadie te entiende. Tal vez, ni siquiera te entiendes tu misma, de hecho es así, no te entiendes. No sabes lo que quieres. No sabes el por qué de esas lágrimas o de ese enfado tonto que acabó en una bronca grave.
No sabes nada, no eres dueña de tus sentimientos, de hecho, parece que tu cabeza va por un lado, tu corazón por otro y eso a lo que todo el mundo llama sentimientos, por otro distinto. Cada uno por un lado, sin control. Y tú, mientras ahí, mirando a la nada, sintiendo mil cosas pero sin poder expresar ninguna. 
Miles de preguntas rondan tu mente, sin obtener respuesta alguna. Y lo peor es que sabes de sobra, que nunca, jamás obtendrás esa respuesta.
Y entonces es cuando te encierras en tu habitación, o tal vez sales a la calle, pero siempre sólo. Con unos cascos puesto, y escuchando esa canción. Justo esa, la que dice toda esas cosas que tu no eres capaz de expresar. 
La música, una vez más es ella la que está ahí. Y cuando más sientes esa comprensión, más te das cuenta de lo poco que te entienden esas personas que están en tu día a día. Te das cuenta que en realidad no te conocen. No saben nada de ti. 
Mientras tienes esos cascos puestos, todo está bien. No hay problemas sólo existís la música y tú. 
Pero no hay más remedio, llega ese momento en el que la canción acaba, en el que tienes que quitarte esos cascos. Vuelves a ser consciente de la realidad, la triste y dura realidad. Y con ella vuelven todas esas preguntas sin respuestas, todos esos problemas, toda esa incomprensión. 
Y así día tras día. Sin querer, se convierte en rutina. 
La triste rutina de una adolescente, una adolescente, que no sabe que clase de adolescencia es la que vivieron esas personas que dicen que es la mejor etapa de la vida.
Dicho esto, o ellos se equivocaban, o yo estoy haciendo algo mal con mi vida. 

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